Carraspea al anochecer un grácil y alocado vuelo,
ha permitido el Cóndor; el cacareo, la invasión aérea,
la castración del orgullo, la sumisión, la vigilia del nido.
Parece que ya no aletea; el Cisne muestra orgulloso, elegancia
llena de pasividad y alevosía. Se cree en el derecho, en el
deber,
de ser infame y cruel por rechazar la cortesía,
de prolongar el silencio y la agonía, de no preguntar;
ni al siervo, ni al viento; de qué alimento se beben los días…
Así dispuesto está, el ave teñido, que guarda como castigo
un amor;
del que toma y desconoce; sin tragar e intentando no
atragantarse:
-“Que hipócrita es luchar en la desdicha y hacer desdichados
a los semejantes.”
Bufa el Cóndor desolado, creyéndose malvado y dubitativo.
Él es negro, como su mismo pensamiento; a veces irracional y
contradicho,
principiante en el arte de caminar y resabido, al tratar de
ilusionarse.
Se encuentra cansado ya de a la espalda cargarse,
piedras; más piedras, de ribazo desmotivante.
Mira al mar y encuentra parejas de animales distantes,
que juegan, crecen y luchan; por la sincronía del horizonte.
Danzas, casi de seguido te diviertes; a veces parece que
entiendes la forma,
o como funciona. Pero ni siquiera te das cuenta, novel y
cobarde bailarina,
de como la Gaviota o la Paloma procuran vivir juntas la
rutina.
La rapaz despierta soportando inquina, abandonando la sombra;
junto a las ruinas de lo que fueron la aurora. Se dice, no,
ya no;
no habrá más protección, no habrá ya quien te cubra,
no habrá carga, ni incomodidad, ni razón alguna;
Para que te vayas sin venir, para que huyas sin haber vuelto,
fingiendo la mediocridad, de lo que creíste acompañamiento.